El porno es un espectáculo y, como tal, una mentira… y es accesible desde la infancia

La apreciación de la realidad de muchas personas se confunde con la ilusión de un deseo, muchas veces escondido en el subconsciente que le lleva a vivir algo que está fuera de la realidad. Uno de estos casos es la felicidad que se confunde con pasarlo bien. Esa es la base del entretenimiento que proporciona el ocio de hoy: impresiones cada vez más fuertes que te hagan vivir un mundo paralelo para que no pienses en tu infelicidad.

La palma de esta tendencia, fruto del nihilismo posmoderno, es la pornografía. Nunca en la vida había sido tan fácil y barato acceder a la carne cruda. Y, cuando digo fácil, es que es tan fácil como ser poseedor de un smartphone, herramienta a la que acceden con rango de propiedad cada día más niños y niñas, cada vez más jóvenes. Se ha convertido en el regalo estrella de papás y abuelitos cándidos para las Primeras Comuniones -que las tenemos a la vuelta de la esquina-, Reyes Magos o final de curso. Da como resultado que el 6,9% de los niños de 9 a 10 años puedan chatear y que a los 12 años, el 75,1% también lo hagan, y un 91,2% a partir de los 14. Es absurdo por parte de los adultos, por peligrosa y por innecesaria, exponer a los menores a ciertas experiencias de las que desconocemos sus consecuencias. Y no lo digo yo, también los sexólogos de prestigio avisan contra estas tendencias tan modernas y tecnológicas. Si nos llevamos las manos a la cabeza cuando se pretende dar cancha amplia a grupos LGTB, donde les hablan de la libertad de género y el uso en barra libre de su cuerpo y el ajeno, siempre y cuando haya consentimiento… ¿Por qué no vemos el peligro de este regalo envenenado? Y no está de más recordar, que ese cacharro se considera como un terreno privado donde conversaciones, visitas a sitios, app y juegos, quedan ocultos a sus padres, aunque sean ellos quienes paguen la factura.

[Si desea leer el artículo completo, siga este enlace]

Libro recomendado

BDF -Bienestar Digital Familiar de José María Corbí. Si reconocemos que la ventana por donde se cuelan aquellos que no deseamos para nuestros hijos precisamente es el móvil o celular, la tableta o el ordenador, este libro es imprescindible. Escrito por un padre de familia que se dedica profesionalmente al marketing online y que sabe qué hacer y qué decir para evitar en la medida de lo posible los encuentros de nuestros hijos con el otro lado de sus pantallas. Un libro magníficamente estructurado con gráficos y cuadros muy pedagógicos, que enseñan a padres, madres, orientadores escolares, tutores, etc… porque abordan las principales preocupaciones relacionadas con la “vida digital” posibilitando que, al terminar la lectura, sean conscientes de a qué se enfrentan.