La familia ha sido, es y será el verdadero respaldo de protección del ser humano, antes de nacer, cuando ya está nacido y también cuando puede estar despidiéndose de los suyos, y para siempre. La evidencia antropológica del ser humano es contumaz y a pesar de los movimientos provocados por determinados ideólogos por controlar a la persona, sus sntimientos y la forma de pensar, la realidad es que volvemos una y otra vez a los nuestros.
Quien más, quien menos ha tenido la ocasión de encontrarse con la muerte o cerca de ella (propia o ajena). Nadie podemos recordar nuestro nacimiento, y mucho menos nuestro estado de gestación, por eso los «libertadores» de las ataduras de la mujer en los embarazos pueden alegremente hablar de que «no pasa nada». Lo cierto es que en los holocaustos nazis y del stalinismo la humanidad también se encontraba en las mismas tesituras: nadie veía nada, desconocían el todo de lo que en los campos de concentración sucedía. ¡Ojos que no ven, corazón que no siente!
Sin embargo, gracias a los numerosos testigos de la guerra, soldados y civiles, y otros muchos testimonios de los que vivieron allí, lo hemos sabido todos y hay extensa documentación sobre la barbarie allí cometida. Los testimonios personales y los científicos en relación al aborto provocado, también lo son, elocuentes y numerosos. Solamente, una pequeña facción social está de acuerdo con este asesinato en masa que está provocando la otra gran ideología del siglo XXI: la Idelogía de Género. Muchos políticos, por poder, y algunos médicos empeñados en enriquecerse con la misería de algunas mujeres y la ignorancia de todas aquellas que llegan a practicarlo, están codo con codo con esta aberración que es el aborto.
Siempre he salvado de culpa directa a la mujer que aborta. Siempre he considerado que la mujer que llega a tomar esta decisión, no lo ha hecho por sí misma, sino por la presión social, afectiva o familiar que la rodea. Amigos, novios y padres (madres, también) que desean quitarse el «peso» de encima que ellos no tienen, pero por su egoismo, por su mezquindad y su falta de amor a hacia esa mujer, están dispuestos a llevarlas al matadero (sí, sí, ma-ta-de-ro) aunque cueste dinero, aunque los paternalistas de la ONU y sus secuaces -OMS, IPPF, etc- estén planteando que los abortos deben estar costeados por el Estado, y por eso ligas feministas, moviemientos gay y lésbicos, aplauden y hacen de mariachis de la mano que les da de comer con subvenciones.
Y ahora le toca a la «muerte digna», que no es más que el cierre de programa del proyecto del Nuevo Orden Mundial para controlar la población, no sea que nos quedemos sin comida, su comida, claro. Por eso es interesante que mueran otros: los pobres, los negros y asiáticos pobres, los niños sin padres, los blancos no productivos (enfremos en general), los «tontos» y los minusválidos,… Por eso es importante, que ante el poder mundial los políticos se plieguen a ellos y digan sí a todo este proyecto asesino e injusto, que tanto me llama la atención de como muchos viandantes de derechas e izquierdas, descreídos y, practicantes, que justifican con la boca pequeña, por si un día les toca a ellos responder con la solidaridad y «amor» que ahora exigen de los que tienen que morir por dignidad.
Ayudar a morir no es ayudar a matar. La muerte digna es aquella que aporta al moribundo la dignidad de la que incluso no se siente ni capaz de percibir, pero nostros, como dadores, sí. Ayudar a morir es consolar y apoyar, no a quitarse al «muerto» de encima, que es lo que proponen las tesis progresistas. Empezamos en los ’80 a dejar al abuelo en la residencia de la 3ª edad en el mes de verano… «porque, pobrecillo, hace tanto calor en la playa…» Ahora lo tenemos mucho más fácil, una sedación aséptica, higiénica, médica, formal y, sobre todo, legal, muy legal. Y como ahora la VERDAD ya no es lo que es, sino todo aquello que es legal o consensuado, un ciudadano de bien puede ser tan «verdadero» como quiera, claro, siempre dentro de las ruedas del molino de la legislación vigente.
Enfermedades como el cáncer, es una gran plataforma donde los familiares pueden hacer prácticas de eso, de familia, de amor desinteresado, en las que pueden participar todos, jóvenes y maduros, hombres y mujeres, consanguíneos (hijos y padres) o «adjuntos» (yernos, suegras y cuñados). La enfermedad en general es la ocasión que nos brinda la vida para poner a prueba nuestra resistencia al amor o al desamor, porque de visita todos somos muy buenos; lo que cuesta es el día a día en la trastienda de la vida, donde no nos ve nadie y tenemos que aguantar sin espectáculo. Hoy la sociedad, acostumbrada a los rellity show, no está dispuesta a ese sacrificio callado. Hoy los políticos solo creeen en los resultados de producción y el valor de nuestra deuda en los mercados internacionales. Pore so la persona esta cosificada y la que no vale, a la calle.