Son las doce de la mañana del primer sábado de mayo y no sé qué es más violento a esta hora: que a una pareja con problemas de fertilidad que cruza la puerta del hotel Weare de Madrid le griten desde la calle que está comprando bebés, o que el plan VIP de subrogación de vientres en Ucrania de la agencia Surrofamily, que acaba de caer en mis manos, incluya por menos de 60.000 euros la canastilla de bienvenida al crío, una niñera de 9:00 a 18:00 y un teléfono inteligente de regalo. (Por Gabriela Wiener)
Ser una mujer sola, latinoamericana y aún fértil que se pasea callada y curiosa por los stands de Surrofair, una feria europea de gestación subrogada, me permite no ser blanco de las manifestantes feministas ni tampoco carnada para ningún vendedor que quiera ofrecerme la posibilidad de tener un bebé a través del útero de otra mujer. Así que me muevo con cierta libertad en medio de estos mundos irreconciliables que chocan ahora mismo dentro y fuera del hotel cuatro estrellas que muchos ejecutivos eligen cuando vienen a hacer negocios, muy cerca del estadio del Real Madrid, en una de las zonas más caras de la ciudad.
El primero de esos mundos está formado por agencias internacionales de gestación subrogada y sus potenciales clientes: parejas heterosexuales y parejas gays en busca del sueño del bebé propio. El segundo, por colectivos feministas que están radicalmente en contra y han venido a intentar parar el evento con una protesta. Salir de un microclima para entrar al otro empieza a tener mucho de esquizoide.
En España, en la actualidad hacer contratos de gestación de bebés en vientres de mujeres que renuncian a ellos a cambio de dinero es ilegal. Las parejas que pagan por estos servicios deben hacerlo fuera de su país, de preferencia en Ucrania (el destino más barato, donde se ofrece todo el proceso a menos de 40.000 euros), Estados Unidos (el más profesional y caro: puede llegar a costar hasta 200.000 euros) o Canadá (bajo la modalidad de altruismo, sin pago —pero que es engañosa porque siempre se paga— y sobre todo lenta). A través de una serie de trámites bilaterales se podrá traer a los niños de regreso, aunque hay casos en que se les ha denegado el salvoconducto.
Si bien lucrar con la gestación y su producto está penado por ley en España, sí se puede organizar una feria que ofrece estos servicios. Hace unas semanas, estos mismos colectivos de mujeres que protestan lograron que el hotel que iba a alojar a la feria en un inicio cancelara el contrato para evitar escándalos y los organizadores tuvieron que buscarse otro.
«No hay un solo cartel, están escondidos… por algo será”, dice ahora Alicia Miyares, portavoz del colectivo NoSomosVasijas, que ha venido a manifestarse junto con la Red Nacional contra el alquiler de vientres. Para ella, la gente que entra ahora mismo por la puerta está anteponiendo sus deseos a los derechos humanos. “La palabra feria implica mercado y, así como no existe una feria pública de riñones, no puede haber una feria que comercie con el embarazo, el parto, el cuerpo de la mujer y el bebé. Los estados democráticos no aprueban la compra y venta de órganos, y sin embargo, hacerlo con vientres de mujeres nos parece válido. Hay que mostrar esa contradicción».